A continuación te contamos el caso de éxito de Andrea, que ha conseguido adelgazar un total de 9 kilos en 4 meses.
Andrea siempre se había sentido un poco fuera de lugar en la cocina. De pequeña, nunca aprendió a cocinar; las comidas en casa eran casi siempre para llevar, calentadas en el microondas o preparadas por otra persona. Así que, cuando se mudó sola a su piso a principios de los 30, se encontró atrapada en un bucle de comida para llevar, platos precocinados y cenas de cereales. No es que estuviera completamente descontenta con su forma de comer, pero sentía que no tenía ninguna conexión con la comida. Y con el aumento del coste de la vida y las ganas de cuidarse más, decidió que ya era hora de probar algo distinto.
Identificación del problema y el proceso del cambio
Con estos parámetros, nos pusimos mano a la obra, para realizar un plan completamente personalizado en base a nuestro método, haciendo que Andrea empezara a realizar pequeños cambios desde su confort.
Lo primero que me dijo fue que no tenía ni idea de por dónde empezar. “Sé seguir instrucciones”, me dijo, “pero la cocina me pone nerviosa”.
Empezamos poco a poco, nada de recetas complicadas ni presión. Le pasé una lista corta de platos sencillos que no requerían mucha preparación ni técnica: platos de pasta sencillos, salteados de verduras, huevos con tostadas y aguacate. El objetivo era solo cocinar 5 cenas a la semana. Nada de perfección, solo práctica.
Las primeras semanas tuvieron sus tropiezos. Se le quemó una olla de arroz. Cocinó demasiado el pollo. Pero no se rindió, me mandaba fotos de sus progresos, incluso cuando el resultado no era precisamente digno de Instagram. Poco a poco, fue ganando confianza. Empezó a elegir sus propias recetas e incluso a adaptarlas a su gusto. “Antes me daba miedo el ajo”, me dijo riéndose un día, “y ahora lo pico como una experta”.
Identificación del problema y el proceso del cambio
Lo que más sorprendió a Andrea no fue solo que aprendiera a cocinar, sino que empezara a disfrutarlo. Cocinar se convirtió en ese momento del día en el que podía parar, poner algo de música y cuidarse un poco.
No se trataba solo de comer mejor. Era sentirse capaz, creativa y con el control. Me confesó que le daba una especie de orgullo tranquilo que no se esperaba.
Después de un par de meses, Andrea ya cocinaba tres o cuatro veces por semana. Dejó de depender tanto de la comida para llevar, y notó que tenía más energía. Incluso empezó a invitar a algunos amigos a cenar, algo que antes ni se le pasaba por la cabeza. “Se quedaron flipando al ver que lo había hecho todo desde cero”, me dijo sonriendo. “Y, para ser sincera, yo también.”
Andrea no se convirtió en una chef profesional —ni falta que hacía—. Pero pasó de sentirse perdida en la cocina a sentirse segura.
Ese cambio afectó a mucho más que sus comidas. Cambió la forma en la que se veía a sí misma. A veces, el progreso más importante no tiene nada que ver con perder peso o comer “perfectamente”. Tiene que ver con aprender algo nuevo, insistir, y descubrir que eres mucho más capaz de lo que creías. Ese tipo de crecimiento es el que realmente perdura.